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lunes, 14 de diciembre de 2020

48 horas en Bratislava, la capital europea que aún puede sorprenderte

Muchos la visitan apenas unas horas por su cercanía a Viena, pero Bratislava no tiene por qué ser un mero añadido a la capital austriaca. Descubrimos una capital pequeña y vibrante

Apenas 60 kilómetros separan Viena de Bratislava, las dos capitales europeas más cercanas entre sí. Es menos de media hora en coche gracias a las buenas infraestructuras que unen ambas ciudades, lo que ha permitido que las dos se beneficien a la hora de maximizar su oferta turística, bien convirtiendo al aeropuerto de la capital eslovaca en otra vía de entrada a Viena u ofreciendo excursiones de media jornada a Bratislava desde Austria (al igual que se ofertan a la abadía de Melk o a Hallstatt).


Esto ha provocado la falsa sensación de que Bratislava es una ciudad que apenas merece una visita rápida o que basta con un paseo por su centro histórico para considerar que ya se conoce bien lo que tiene que ofrecer. No se puede estar más equivocado. Sin necesidad de entrar en comparaciones con Viena, cuya espectacularidad está fuera de toda duda, la capital eslovaca también merece la pena por sí misma; sobre todo para aquellos viajeros que busquen salirse de los destinos habituales y prioricen la experiencia de una inmersión en Centroeuropa más allá de modas y redes sociales.


Un fin de semana en Bratislava

Un fin de semana en Bratislava está a la altura de prácticamente cualquier escapada por el Viejo Continente. El sábado lo podemos comenzar en Arthur Café (Zámocká, 10), un coqueto local que elegimos no solo por sus famosas tartas de queso y albaricoque o su limonada casera, sino también por su localización, a un paso del castillo. Dicen que no hay mejor modo de iniciar la visita a una ciudad que verla desde su punto más alto, tomando referencias que luego nos servirán a lo largo de todo el viaje. No puede ser más cierto.


Plaza de la ciudad vieja en Bratislava con el Castillo al fondo. Foto: Getty Images.

El Castillo de Bratislava, además de ser el punto a mayor altura, es uno de los lugares más bellos de la ciudad, tanto por fuera, rodeado de una bonita fortaleza, como en su interior, con grandes salas, columnas con dorados, escalinatas… Junto al Danubio, recorreremos murallas y edificios que se fueron sucediendo y renovando desde los siglos IX al XVIII, aunque buena parte del edificio principal es fruto de la renovación integral que se hizo en la segunda mitad del siglo XX tras el incendio que lo dejó en ruinas en 1811.


El Castillo de Bratislava se alza junto al Danubio como el punto más alto de la ciudad, rodeado de frondosos jardines que son una auténtica delicia


Merece mucho la pena entrar dentro del castillo y recorrer sin prisas sus estancias. No tanto porque en su interior se encuentren las exposiciones del Museo Nacional Eslovaco, la Cámara del Tesoro o el Consejo Nacional de la República, sino por el mero disfrute de perderse entre galerías, escaleras de película, dorados por doquier e incluso una exquisita sala de conciertos. Sin mucha prisa por abandonar el castillo, nos detenemos después en los frondosos jardines que le rodean, además de la fortaleza, y que nos permitirán un delicioso paseo hasta el centro histórico. Parada obligada es la Puerta de Segismundo, que es la única de las entradas originales del siglo XV que se conservan en la fortaleza.


Tarta de queso de Arthur Cafe. Foto: Arthur Cafe.

Del castillo al centro histórico

Nuestro camino hacia el centro histórico pasa por la Casa del Buen Pastor, un edificio rococó del siglo XVIII en cuyo interior hay una bonita exposición de relojes históricos. Se trata de piezas tanto de pared como de bolsillo manufacturados en los siglos XVII a XIX, fruto de la orfebrería de maestros de la propia Bratislava, y no faltan también relojes de sol (Židovská, 3 – Entrada: 2,50 €).


Si tenemos un poco de hambre, alrededor tendremos pequeños cafés y restaurantes en los que picotear o tomar un aperitivo. Incluso un ligero almuerzo, si preferimos aprovechar mejor las horas de sol y parar ya cuando anochezca. En ese caso, acertaremos si nos decantamos por Zeitlos (Zámocké Schody, 5). Cervezas de pequeñas firmas eslovacas (los amantes de la cerveza no pueden dejar de pedir las de la firma Zichovec, una casa familiar de la región checa de Bohemia Central), un menú casual especializado en sándwiches y hamburguesas de la mejor carne local y, lo mejor, música en vivo.


Un bocado rápido (y suculento como el sandwich beefer de ternera marinada en cerveza negra). Foto: Zeitlos.

Si cruzamos la avenida Staromestská, en la otra acera nos espera la antigua muralla de la ciudad. No siempre está abierta por lo que, si tenemos la suerte de encontrarla de par en par, no hay que dejar pasar la oportunidad de pasear por sus muros.



Hlavné Námestie, la plaza mayor de la ciudad, está presidida por la fuente de Maximiliano y rodeada en sus cuatro lados por hermosos palacetes de estilo modernista


Después, caminaremos hasta la catedral de San Martín, de estilo gótico y donde se celebraban las coronaciones del Reino de Hungría entre 1563 y 1830. La apertura depende del horario de las misas, por lo que, como antes, si nos la encontramos abierta, no dejemos de entrar.

Catedral de San Martín y skyline de Bratislava. Foto: Getty Images.

Arquitectura imperial y modernista

El centro histórico de Bratislava invita a perderse, a caminar sin rumbo fijo y dejarse maravillar por las casas antiguas, el empedrado, las pequeñas plazas o los ruidos del día a día. Pasearemos junto a edificios como la Academia Istropolitana, la primera universidad que se fundó en el país (1467) o palacios como los de Zichyho o Pálffyho. Arquitectura de estilo imperial en calles angostas que no pueden ser más encantadores al caminante sin rumbo.


Es el momento de tomar la calle Zelená y dirigirnos al Hlavné Námestie o, lo que es lo mismo, la plaza mayor de la ciudad. Presidida por la fuente de Maximiliano y rodeada en sus cuatro lados por palacetes de estilo modernista a cuál más hermoso, nos llamará la atención el Ayuntamiento Viejo, que se levantó siguiendo la tradición del Imperio Austrohúngaro y que está coronado por una imponente Torre del Reloj, con edificios de tejados de un delicioso verde aguamarina, con dorados y gárgolas y otros animales mitológicos salvaguardándolo de los malos espíritus. 

Precisamente desde la Torre del Reloj se tienen también buenas vistas del casco histórico, por lo que no debemos dejar de subir (no son muchas alturas, por lo que no hay riesgo de cansarse).


Antiguo Ayuntamiento de Bratislava. Foto: Sergio Cabrera.

Seguramente, entre la visita al Ayuntamiento, la propia plaza, la torre y demás, nos estaremos un buen tiempo en ella. Y es que no deja de haber detalles curiosos, como la estatua del soldado napoleónico y otras muchas a lo largo de la plaza.


Un chocolate para entrar en calor

Si visitamos Bratislava un día de frío, en la propia plaza, habrá que retomar fuerzas y entrar en calor con un buen chocolate caliente del Schokocafe Maximilian Delikateso (Hlavné Námestie, 357/6). Al estilo de las cafeterías vienesas, con una decoración de corte imperio, escalera de caracol, sillas art dèco… pocos detalles nos dejarán de encantar en este rincón donde las tartas están riquísimas y el chocolate nos lo pueden servir con barquillos de azúcar. No nos extrañemos si nos pasamos un buen rato solo disfrutando de los frescos del techo.



En cambio, si vamos en un día de calor o lo que realmente nos apetece es un helado, pongamos rumbo hacia el Danubio pasando antes por KOUN (Paulínyho, 1), considerada la mejor heladería de la ciudad. Está en el bulevar Pavol Országh Hviezdoslav, en donde tendremos que visitar también el bonito edificio del Teatro Nacional (incluso de noche, la iluminación es mágica) y el de la Orquesta Filarmónica. En este último suele haber conciertos cada tarde, por lo que podemos comprar una entrada y disfrutar tanto de la música como del interior de la sala principal, cuya decoración recuerda también a la del Castillo. A la salida podremos cenar en alguno de los muchos restaurantes que jalonan el bulevar, antes de volver al hotel.

Teatro Nacional de Eslovaquia. Foto: Sergio Cabrera

A orillas del Danubio

El segundo día lo podemos comenzar cerca de donde lo finalizamos: a orillas del Danubio, paseando cerca de la parada de los ferries que atracan en Bratislava desde Viena. Allí podremos dirigirnos a los Museos Nacionales, divididos en varios edificios a lo largo del paseo (la Galería Nacional, el Museo Nacional Eslovaco…). En plena calle, nos llamará la atención una maqueta en bronce de la ciudad (frente a la Galería Nacional).


Podemos seguir alejándonos del centro histórico y visitar, tras un paseo de 20-25 minutos, la Iglesia Azul, uno de los lugares más curiosos de la ciudad. De estilo modernista, llama la atención por su color celeste, techos cobalto y una mezcla de estilos que la convierte en original y única (Bezručova, 2). Desde allí, tomamos la avenida Dunajska hasta la plaza Kamenné Námestie, que es el corazón de las compras de Bratislava. Boutiques, centros comerciales y cafés se van sucediendo en lo que es uno de los distritos del centro más dinámicos.

Iglesia azul de Bratislava. Foto: Reiseuhu | Unsplash.

De vuelta al centro histórico tras las compras aprovecharemos para visitar los palacetes de las calles secundarias, igual de bonitos. En la calle Frantiskanska se suceden ministerios, la central de Correos y una angosta callejuela que acaba en la Puerta de San Miguel, una de las puertas de la antigua muralla, del siglo XIV y que alberga un pequeño museo. Es uno de los símbolos de la ciudad y a sus pies, en la calle Michalská, se suceden las tiendas de recuerdos, las vinotecas y las pequeñas cervecerías.


La avenida Dunajska hasta la plaza Kamenné Námestie es el corazón de las compras de Bratislava, plagada de boutiques, centros comerciales y cafés 



Pero mejor no nos llenemos mucho con este aperitivo porque nos espera un buen almuerzo. Además, la ruta sigue en dirección contraria, al norte, alejándonos de nuevo del centro histórico. Ponemos rumbo al Palacio Presidencial y a sus jardines.

Puerta de San Miguel. Foto: Gabriela Slovak | Unsplash.

Palacios y más palacios

El Palacio Grassalkovich es la residencia del presidente del país. A un paso, el Palacio de Verano del Arzobispo acoge las oficinal del Gobierno. De estilos barroco y rococó, fue en su momento uno de los epicentros de la música barroca, incluso Haydn estrenó aquí muchas de sus obras, en bailes organizados por el archiduque austriaco. Sus jardines son hoy un parque público.


Tras tanto caminar nos hemos ganado una buena comida y, a ser posible, con la mejor gastronomía local. Es lo que nos espera en Divný Janko (Jozefská, 2991/2), un restaurante cuya decoración, menú y servicio no nos dejará indiferente (a un precio bastante interesante). En el menú no falta la sopa de col (kapustnica) o el goulash, las albóndigas de cerdo y col o la pasta rellena de queso de oveja (como pequeñas empanadas, la Bryndzové Halušky). Por supuesto, regado con la mejor cerveza local.

El Palacio Grassalkovich es la residencia del presidente de Eslovaquia. Foto: Sergio Cabrera.

Si después de comer no tenemos prisa por irnos al aeropuerto y queremos hacer una última visita, una buena idea es tomar un taxi hasta el cementerio de Slavín. Se trata de un monumento y cementerio militar levantado en homenaje a los soldados del ejército soviético que murieron liberando Bratislava durante la Segunda Guerra Mundial, en abril de 1945. Su propio diseño es de estilo estalinista y cuenta con estatuas, un simbólico sarcófago de mármol blanco, tumbas colectivas, salas… Eso sí, no hay que olvidar que, además, es la tumba de 6.845 soldados soviéticos. Las vistas desde aquí, en una colina elevada, permiten volver a disfrutar del centro de la capital. Es el mejor adiós, o hasta pronto, que podemos dar a Bratislava.

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