Mucho se ha hablado de las costas de Cannes, Barcelona y Dubrovnik, pero hay más paseos marítimos por el Mediterráneo para descubrir
Hay ciudades mediterráneas famosas por sus paseos marítimos. Grandes lenguas de asfalto flanqueadas de palmeras como Niza, con chiringuitos para saborear la cocina autóctona como Málaga o Barcelona, o con elegantes bares para ver el atardecer, como Dubrovnik.
Pero a lo largo de la franja europea del Mare Nostrum hay pequeñas ciudades que también presumen de bonitos paseos marítimos, caminos de un puñado de kilómetros que en ocasiones se extienden más allá de las fronteras urbanas.
Son paseos siempre bien dotados de recursos gastronómicos, en los que suelen haber muestras de arte, algún faro o una antigua fortaleza como testigos culturales.
Viajamos por diversos puntos de España, Francia, Italia y Croacia para conocer paseos en otras ciudades costeras.
Roses (Girona)
Empezamos este recorrido trazando un arco de oeste a este. El primer punto es Roses, una ciudad de menos de 3.000 habitantes en la comarca del Alt Empurdá, en el norte de Cataluña, que en verano triplica su población.
La ciudad, fuera del paréntesis del confinamiento, suele ser un imán para el turismo francés, pero los españoles suelen esquivarla porque prefieren conocer la oferta más sofisticada de la cercana Cadaqués.
Roses se encuentra en el extremo del golfo que lleva su nombre, una franja costera de gran extensión protegida por el macizo del Cabo de Creus.
Un recorrido de punta a punta de su paseo marítimo implica una breve caminata de casi cinco kilómetros en dirección norte.
El punto de partida es la desembocadura del río Gran. En el trayecto se ven los perfiles de las numerosas casas modernistas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, recuerdos de los años de prosperidad de la ciudad en sintonía con el resto de Cataluña.
Desde tiempos griegos
Una parada recomendada es la Ciudadela de Roses, una fortificación del siglo XVII que protegía la antigua villa, y en cuyo seno se encuentran los restos del asentamiento griego y romano, así como de poblado medieval que dio origen a la actual ciudad.
Tras pasar por la parte más antigua de Roses se llega a la zona del puerto, el más importante del norte catalán.
Su propuesta gastronómica de pescados y frutos de mar es incomparable, un manjar para aprovechar cuando se levanten las restricciones.
Desde aquí parte el sendero para visitar el Castillo de la Trinitat, una fortaleza del siglo XVI recuperada en el 2010 y que presenta hermosas vistas del golfo y la villa.
Menton (Francia)
Es un rincón de Francia con espíritu italiano. Menton se encuentra en el extremo este de la Costa Azul, flanqueada entre la glamourosa Montecarlo y Ventimiglia cruzando la frontera.
El paseo marítimo de Mentón comienza en el barrio de lujosas residencias y glamourosos hoteles y culmina frente a la ciudad vieja y sus casas largas y angostas
Dueña de un privilegiado microclima que le permite ser la única zona de Francia que cultiva limones, es una pequeña ciudad que enamoró a Jean Cocteau, a la escritora Lesley Blanchy al escritor Vicente Blasco Ibañez, que la eligió para morir.
En los tres kilómetros de su paseo marítimo se pasa por sectores de fastuosas residencias en primera línea del mar, hoteles de lujo y elegantes restaurantes, en un paseo flanqueado por palmeras.
Desde el oeste el paseo se bifurca cuando la costa gira levemente y la carretera se divide para dar paso al Museo Jean Cocteau, perteneciente a la colección Séverin Wunderman, que dialoga con otro museo, el The Bastion, también dedicado a su obra.
En medio de ellos se despliega diversas terrazas, y frente al mar, se abre el pequeño espacio verde del parque Francis Palmeiro.
El recorrido sigue con las casas del barrio antiguo de fondo, construcciones altas y angostas de colores ocre pero con varios exponentes amarillos y rojo claro, y con las cúpulas de iglesias como la barroca de San Miguel Arcángel, la de la Inmaculada Concepción y el bulbo celeste de la ortodoxa rusa.
Camogli (Italia)
En el Golfo Paradiso, una hora al sur de Génova, encontramos el pequeño pueblo costero de Camogli, hogar de pescadores y marineros que solían residir en casas de colores intensos, en un protegido enclave natural que le da un toque romántico.
Esta villa tiene una inédita colección de trampantojos, pinturas sobre muros ciegos que simulan ser marcos, balcones, flores y persianas cerradas.
Camogli destaca por el colorido de sus casas y el serpenteante y angosto paseo marítimo que da hacia el Mar de Liguria
La serpenteante cinta de asfalto del Corso Mazzini ofrece hermosas vistas del Mar de Liguria, cada tanto interrumpido por bloques de viviendas de factura tradicional toscana, hasta que se llega al puerto, donde los arcos ofrecen un reparo para el peatón.
Tras atravesar el antiguo complejo defensivo del Castillo de la Dragonara, originario de la Edad Media, se pasa por el pequeño barrio de casas coloridas junto a la Basílica de Basílica de Santa María Asunta.
El trayecto sigue por la Via Garibaldi, donde de un lado se repiten los bares y restaurantes especializados en comidas típicas, y del otro, unas angostas playas de pedregullo y arena gruesa, con instalaciones que recuerdan a las películas de los años ’60.
El paseo es angosto, y los propietarios de restaurantes aprovecharon cualquier limbo de la ley urbanística para construir plataformas bajo el paseo o en un lateral que permita a sus comensales disfrutar de una comida marinera a pocos metros de la orilla.
Zadar (Croacia)
Cada ciudad croata que mira al Adriático tiene su paseo marítimo. Pero Zadar cuenta con dos, porque uno es el recorrido costero de la parte nueva, y luego está la senda que rodea a la lengua de tierra donde nació esta ciudad de la Costa Dálmata.
En su extremo norte del paseo de este sector se presentan dos atracciones únicas: el Órgano del mar y el Saludo al sol, y que son creaciones de una sola persona: Nikola Bašic.
Este arquitecto construyó una maqueta a escala del sistema solar, donde la estrella se representa en un círculo de 22 metros de diámetro con 300 placas de vidrio; con los planetas representados en nueve círculos menores que respetan la escala de tamaños y las distancias.
A pocos pasos, las personas perciben unos sonidos algo lastimosos, como una flauta dulce afinada pero sin melodía.
Ese es el Órgano del Mar: un sistema de escalinatas que se sumergen en las aguas, que cuando reciben las olas del mar por una esclusas similares a las oberturas de un órgano producen las siete notas musicales en cinco tonos.
Tras pasar por estas obras musicales y lumínicas, mientras se contempla el atardecer con las islas de fondo, se puede tomar una copa por los elegantes clubs que se distribuyen en la Península de Riva, o seguir andando hasta el punto final de este paseo, que es el monumento al biólogo Špiro Brusina.
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